Condenada a perder todas las batallas,
elegí ser mar en lugar de roca;
ser impulsada por el viento, sin temor a sucumbir
ante el oscuro vértigo de los acantilados;
porque después de la caída
sé de la fuerza con la que se levantan
mis enfurecidas olas
y de los remolinos que forman.
Sé de la suave espuma que resulta después de un estallido
-labios sedientos que se desvanecen al besar tus costas-
No evitaré mi sal, capaz de corroer los imponentes barcos;
ni evitaré la desembocadura de aguas dulces
que me traen noticias de otros mundos.
Contendré en mi vientre criaturas nobles, bestias feroces
y seré testigo de los amores que se abrazan con el vaivén
de mi música.
Sepultaré cadáveres y sueños,
pero valdrá la pena este infinito de contradicciones
porque sé que me hallarás un día.
Pedirás luz a las estrellas
para navegarme en las noches
y valiente como Ulises
enfrentar todas las tormentas
para conducirme a la orilla
donde mi cuerpo cristalino
sobre cálidas arenas encienda su danza;
tus pies se abracen a efímeras caricias
con el deseo de contenerme
o de regresar a mis aguas,
porque un marinero en tierra
es un hombre que ha perdido la vida.
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